Sería lógico pensar que gracias a las leyes antimonopolio, anticartel y potenciadoras de la competitividad en la empresas propiciarían que las empresas más eficientes, noreuropéas, anglosajonas y japonesas conquistarían el mundo. Que impondrían su modelo de producción y consumo. Que serían los países menos desarrollados, con mercados más débiles y con menos posibilidades para competir los que primero sucumbirían. Pero se observa justo lo contrario.
Si esto sucede es porque existe una fuerza mayor que compensa la tendencia. Se llama mafia local u oligarquía; los caciques y su séquito. Son ellos los que deciden qué empresas pueden o no pueden localizarse en su territorio y en qué condiciones. Sus decisiones tienen reflejo en los mercados y en las leyes que hacen a medida. Se les reconoce por la acumulación de cargos y propiedades. Son quienes permanecen cuando las condiciones sociales, políticas o económicas cambian.
Tienen nombres y apellidos y tienen que ser detenidos.
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