Este 15 de septiembre marca el 150 aniversario del Congreso de St. Imier en Suiza, cuando los delegados que representaban a las secciones de la Asociación Internacional de Trabajadores reconstituyeron la Internacional en líneas antiautoritarias, después de la expulsión de Mihail Bakunin y James Guillaume de la Internacional a instancias de Marx y Engels en el Congreso de La Haya el 7 de septiembre de 1872.
Preparé el siguiente artículo sobre el Congreso de St. Imier y sus consecuencias para la edición de verano de 2022 de Black Flag Anarchist Review sobre el Anarquismo y la Primera Internacional. La conferencia especial para celebrar el 150 aniversario del Congreso de St. Imier se pospuso para julio de 2023: www.Anarchy2023.org
El Congreso de St. Imier y el nacimiento del anarquismo revolucionario
El Congreso de St. Imier de septiembre de 1872 de las federalistas y antiautoritarias secciones y federaciones de la Asociación Internacional de Trabajadores (la "IWMA"), también conocida como la "Primera Internacional", marca un momento decisivo en la Historia del socialismo y el anarquismo.
Poco más de una semana antes, en el Congreso de la Internacional de La Haya (del 2 al 7 de septiembre de 1872), Karl Marx y Friedrich Engels habían tramado la expulsión de Mihail Bakunin y James Guillaume de la Internacional con tramposos motivos, y después hicieron que el El Consejo General de la Internacional se trasladase de Londres a Nueva York, a pesar de que al Consejo General se le habían otorgado mayores poderes para garantizar la uniformidad ideológica. El Congreso de La Haya también aprobó una resolución que ordenaba la formación de partidos políticos nacionales con el fin de alcanzar el poder político.
Si bien los aliados de Marx y Engels en el Congreso de La Haya, en particular los blanquistas franceses (seguidores de Auguste Blanqui, un socialista francés radical que abogaba por una dictadura revolucionaria), habían apoyado las expulsiones de Bakunin y Guillaume, se sorprendieron cuando Marx y Engels tuvieron éxito al transferir el poder ejecutivo de la Internacional, el Consejo General, a Nueva York, y había renunciado a la Internacional costernada. La “International” con sede en Nueva York se convirtió rápidamente en una grupa irrelevante.
Para sorpresa y consternación de Marx y Engels, lejos de neutralizar los elementos federalistas y anarquistas de la Internacional mediante la expulsión de Bakunin y Guillaume y el traslado del Consejo General a Nueva York, estas acciones ayudaron a solidificar el apoyo a una Internacional reconstituida que abrazó los principios federalistas y rechazó el poder centralizado.
La mayoría de las secciones y federaciones de la Internacional no apoyaron las resoluciones del Congreso de La Haya. Apenas una semana después del Congreso de La Haya, varios de ellos realizaron su propio congreso en St. Imier, Suiza, donde reconstituyeron la Internacional independiente de la organización fantasma ahora controlada por Marx y Engels a través del Consejo General.
Los opositores a la Internacional controlada por los marxistas estaban unidos en su oposición a la concentración del poder en el Consejo General, sin importar si el Consejo se encontraba en Londres o Nueva York. También compartían un compromiso con las formas de organización federalistas democráticas directas. Algunos se opusieron completamente a la formación de partidos políticos de la clase obrera para alcanzar el poder estatal, mientras que otros se opusieron a hacer de eso una política obligatoria, independientemente de las opiniones de los miembros y las circunstancias locales. El ala antiautoritaria reconstituida de la Internacional iba a tener elementos anarquistas, sindicalistas y, durante un tiempo, reformistas.
Desarrollo
El Congreso de St. Imier comenzó el 15 de septiembre de 1872, solo ocho días después del Congreso de La Haya.
Asistieron delegados de España, Francia, Italia y Suiza, entre ellos Guillaume y Adhémar Schwitzguébel de Suiza; Carlo Cafiero, Errico Malatesta, Giuseppi Fanelli y Andrea Costa de Italia; Rafael Farga-Pellicer y Tomás González Morago de España; y los refugiados franceses, Charles Alerini, Gustave Lefrançais y Jean-Louis Pindy. Bakunin, aunque vivía en Suiza, asistió como delegado italiano.
Conjuntamente al congreso “Internacional”, se llevó a cabo un congreso “Regional” de la Swiss Jura Federation, con muchos de los mismos delegados, además de miembros de la Sección Eslava, como Zamfir Arbore (que pasó a llamarse Zemphiry Ralli) y otros delegados de habla francesa, incluido Charles Beslay, un viejo amigo de Proudhon que se exilió en Suiza tras la brutal supresión de la Comuna de París en 1871.
Prácticamente todos los participantes fueron anarquistas o socialistas revolucionarios federalistas, y muchos de ellos jugaron papeles importantes en el desarrollo de los movimientos socialistas revolucionarios y anarquistas en Europa.
Los delegados reunidos adoptaron una estructura federalista para una Internacional Reconstituida (o la “Internacional Antiautoritaria”), con la plena autonomía para las secciones, declarando que “nadie tiene derecho a privar a las federaciones y secciones autónomas de su derecho incontrovertible a decidir por sí mismos y seguir la línea de conducta política que estimen mejor”. Para ellos, “las aspiraciones del proletariado no pueden tener otro fin que el establecimiento de una organización y federación económica absolutamente libre, fundada sobre el trabajo y la igualdad de todos y absolutamente independiente de todo gobierno político”. En consecuencia, dando la vuelta a la resolución del Congreso de La Haya sobre la formación de partidos políticos con el fin de alcanzar el poder político, proclamaron que “la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado”.
Anarcosindicalismo
Respecto a la resistencia organizada al capitalismo, los delegados al Congreso de St. Imier afirmaron su posición de que la organización del trabajo, a través de sindicatos y otras formas de organización de la clase obrera, “integra al proletariado en una comunidad de intereses, viviendo y entrenandolo en la lucha de clases, y lo prepara para la Lucha Suprema”, mediante la cual “el privilegio y la autoridad” mantenidos y representados por el Estado serán reemplazados por “la Organización Libre y espontánea del trabajo”.
Si bien los internacionalistas antiautoritarios no se hicieron ilusiones con respecto a la eficacia de las huelgas para mejorar la condición de los trabajadores, consideraron “la huelga como un arma preciosa en la lucha”. Abrazaron las huelgas “como producto del antagonismo entre el trabajo y el capital, cuya consecuencia necesaria es hacer que los trabajadores sean cada vez más conscientes del abismo que existe entre la burguesía y el proletariado”, fortaleciendo sus organizaciones y preparándolas “para la gran y definitiva contienda revolucionaria que, destruyendo todo privilegio y toda diferencia de clases, otorgará al trabajador el derecho al disfrute del producto bruto de su trabajo”.
Aquí tenemos el programa posterior del anarcosindicalismo: la organización de los trabajadores en sindicatos y organismos similares, basados en la lucha de clases, a través de los cuales los trabajadores tomarán conciencia de su poder de clase, lo que en última instancia resultará en la destrucción del capitalismo y el estado, que serán reemplazados por la Federación libre de los trabajadores basada en las organizaciones que ellos mismos crearon durante su lucha por la liberación.
Resoluciones Controrvertidas
Las resoluciones del Congreso de St. Imier recibieron declaraciones de apoyo de las federaciones italiana, española, jura, belga y algunas de las federaciones estadounidenses de habla inglesa de la Internacional, y la mayoría de las secciones francesas también las aprobaron. En Holanda, tres de las cuatro ramas holandesas se pusieron del lado de la Federación Jura y el Congreso de St. Imier. La Federación Inglesa, resentida por los intentos de Marx de mantenerla bajo su control, rechazó “las decisiones del Congreso de La Haya y el llamado Consejo General de Nueva York”. Si bien un viejo miembro inglés de la Internacional, John Hales, no apoyó la revolución, informó a la Federación Jura que estaba de acuerdo con ellos en “el principio del federalismo”. En un congreso de la Federación Belga en diciembre de 1872, los delegados también repudiaron el Congreso de La Haya y el Consejo General, apoyando en cambio a los “defensores de las ideas revolucionarias puras, anarquistas, enemigos de toda centralización autoritaria e indómitos partidarios de la autonomía”.
Sin embargo, hubo tensión en las resoluciones adoptadas en el Congreso de St. Imier. Por un lado, una resolución afirmó el “derecho incontrovertible” de las federaciones y secciones autónomas de la Internacional “a decidir por sí mismas y seguir la línea de conducta política que estimen mejor”. Por otro lado, otra resolución afirmó que “la destrucción de todo poder político es el primer deber del proletariado”.
La resolución sobre la autonomía de las federaciones y secciones en todos los asuntos, incluida la acción política, pretendía mantener a la Internacional como una federación pluralista donde cada grupo miembro era libre de seguir su propio enfoque político, de modo que tanto los defensores de la participación en la actividad electoral y los defensores del cambio revolucionario podrían coexistir.
Sin embargo, el llamado a la destrucción de todo poder político expresó una posición anarquista. Las dos resoluciones sólo podrían conciliarse si la destrucción del poder político no fuera necesariamente el “primer deber del proletariado”, sino que también pudiera ser considerada como una meta más lejana a alcanzar gradualmente, junto con “la organización libre y espontánea del trabajo”.
Repercusiones Internas
La tensión entre estas dos resoluciones siguió existiendo dentro de la Internacional reconstituida durante varios años. James Guillaume apoyó el pluralismo político dentro de la Internacional y trató de convencer a algunas de las secciones y federaciones que habían seguido a Marx, como los socialdemócratas en Alemania, para que se reincorporaran a la Internacional antiautoritaria y mantuvieran a los internacionalistas ingleses, que habían rechazado el enfoque centralista de Marx, como Hales, dentro de la Internacional reconstituida.
Aunque los socialdemócratas alemanes nunca se unieron oficialmente a la Internacional reconstituida, dos delegados alemanes asistieron al Congreso de Bruselas de 1874. Los delegados ingleses asistieron tanto al Congreso de Ginebra de septiembre de 1873 como al Congreso de Bruselas de septiembre de 1874, donde hubo un importante debate sobre la estrategia política, incluido si había algún papel positivo para el estado.
El Congreso de Ginebra 1873
El Congreso de Ginebra de septiembre de 1873 fue el primer congreso pleno de la Internacional Reconstituida.
Asistieron delegados de Inglaterra, Francia, España, Italia, Holanda, Bélgica y Suiza. Los delegados ingleses, John Hales y Johann Georg Eccarius (antiguo lugarteniente de Marx), habían sido miembros de la Internacional original. Estaban interesados en revivir la Internacional como una asociación de organizaciones de trabajadores, y en repudiar el Consejo General y la Internacional controlados por los marxistas que habían sido trasladados por Marx y Engels a Nueva York. No se habían convertido en anarquistas, como dejó claro Hales al declarar que el anarquismo es “equivalente al individualismo… la base de la forma existente de sociedad, la forma que deseamos derrocar”. En consecuencia, desde su perspectiva, el anarquismo era “incompatible con el colectivismo” (un término que en ese momento era sinónimo de socialismo).
El delegado español, José García Viñas, respondió que la anarquía no significaba desorden, como pretendía la burguesía, sino la negación de la autoridad política y la organización de un nuevo orden económico.
Paul Brousse, un refugiado francés que se había unido recientemente a la Federación Jura en Suiza, estuvo de acuerdo, argumentando que la anarquía significaba la abolición del régimen gubernamental y su sustitución por una organización económica colectivista basada en contratos entre las comunas, los trabajadores y las organizaciones colectivas de los trabajadores, posición que puede ser se remonta a Proudhon.
La mayoría de los delegados al Congreso eran federalistas antiautoritarios, y la mayoría de ellos tenían una orientación claramente anarquista, incluidos “Farga-Pellicer de España, Pindy y Brousse de Francia, Costa de Italia y Guillaume y Schwitzguebel de Suiza”. También dentro del campo anarquista estaban García Viñas de España, cercano a Brousse, Charles Alerini, un refugiado francés ahora radicado en Barcelona asociado con Bakunin, Nicholas Zhukovsky, el expatriado ruso que permaneció cercano a Bakunin, François Dumartheray (1842-1931), otro refugiado francés que se había unido a la Federación del Jura, Jules Montels (1843-1916), ex delegado provincial de la Comuna y responsable de distribuir propaganda en Francia en nombre del grupo en el exilio, la Sección de Propaganda y Acción Socialista Revolucionaria, y dos de los delegados belgas, Laurent Verrycken y Victor Dave.
El Consejo Federal estadounidense envió un informe al Congreso, en el que indicó su apoyo a la Internacional Antiautoritaria. Los estadounidenses estaban a favor de la libertad de iniciativa de los miembros, secciones, ramas y federaciones de la Internacional, y estaban de acuerdo con limitar cualquier consejo general a funciones puramente administrativas. Sintieron que debería depender de cada grupo determinar sus propias tácticas y estrategias para la transformación revolucionaria. Concluyeron su discurso con “¡Viva la revolución social! Viva la Internacional”.
Resoluciones
En el Congreso de Ginebra de 1873, finalmente se acordó adoptar una forma de organización basada en la seguida por la Federación Jura, con una oficina federal que se establecería que “se ocuparía únicamente de recopilar estadísticas y mantener la correspondencia internacional”. Como una salvaguardia adicional contra la llegada de la oficina federal a ejercer autoridad sobre las diversas secciones y ramas, debía “ser trasladada cada año al país donde se llevaría a cabo el próximo Congreso Internacional”.
Los delegados continuaron con la práctica de votar de acuerdo con los mandatos que les habían sido dados por sus respectivas federaciones. Debido a que la Internacional era ahora una federación de grupos autónomos, a cada federación nacional se le otorgó un voto y los estatutos se modificaron para establecer explícitamente que las cuestiones de principio no podían decidirse por votación. Dependía de cada federación determinar sus propias políticas e implementar aquellas decisiones del congreso que aceptara.
Eccarius también asistió al próximo Congreso en Bruselas en septiembre de 1874 como delegado inglés. Él y los dos delegados alemanes se mantuvieron a favor de un Estado Obrero y la participación en la política convencional, como las elecciones parlamentarias.
Sobre los Servicios Públicos
El debate más significativo del Congreso de Bruselas fue el de los servicios públicos. César De Paepe, en nombre de los belgas, argumentó que si los servicios públicos fueran entregados a las asociaciones de trabajadores, o “empresas”, el pueblo simplemente “tendría el sombrío placer de sustituir una aristocracia burguesa por una aristocracia obrera” ya que la empresas de trabajadores, “disfrutando de un monopolio natural o artificial… dominarían toda la economía”. Tampoco todos los servicios públicos podrían ser asumidos por las comunas locales, ya que “los más importantes de ellos”, como los ferrocarriles, las carreteras, la gestión de ríos y aguas y las comunicaciones, “están por su propia naturaleza destinados a operar en un territorio mayor que el de la Comuna.” Dichos servicios públicos intercomunales tendrían, por tanto, que estar a cargo de delegados designados por los municipios federados. De Paepe afirmó que la “Federación regional o nacional de comunas” constituiría un “Estado no autoritario… encargado de educar a los jóvenes y centralizar las grandes empresas conjuntas”.
Sin embargo, De Paepe llevó su argumento un paso más allá, sugiriendo que “la reconstitución de la sociedad sobre la base del grupo industrial, la organización del Estado desde abajo hacia arriba, en vez de ser el punto de partida y la señal de la revolución, podría no ser el punto de partida y la señal de la revolución demostrando ser su resultado más o menos remoto... Nos vemos llevados a preguntarnos si, antes de que la agrupación de los trabajadores por industria esté lo suficientemente avanzada, las circunstancias no pueden obligar al proletariado de las grandes ciudades a establecer una dictadura colectiva sobre el resto de la población. , y esto por un período lo suficientemente largo como para barrer cualquier obstáculo que pueda haber para la emancipación de la clase obrera. De suceder esto, parece obvio que una de las primeras cosas que tendría que hacer una dictadura colectiva de este tipo sería apoderarse de todos los servicios públicos”.
Varios delegados se opusieron a la posición de De Paepe, incluido al menos uno de los belgas, Laurent Verrycken. Se pronunció en contra de cualquier estado obrero, argumentando que los servicios públicos deberían ser organizados por “la Comuna libre y la Federación libre de comunas”, con la ejecución de los servicios a cargo de los trabajadores que los prestaron bajo la supervisión de la asociación general de trabajadores dentro de la Comuna, y por las Comunas en una federación regional de Comunas. Farga Pellicer (“Gómez”), en representación de la Federación Española, dijo que “durante mucho tiempo se habían pronunciado en general a favor de la anarquía, de modo que se opondrían a cualquier reorganización de los servicios públicos que condujera a la reconstitución del Estado." Para él, una “federación de comunas” no debería ser referida como un “estado”, porque esta última palabra representaba “la idea política, autoritaria y gubernamental”, como revelaron los comentarios de De Paepe sobre la necesidad de una “dictadura colectiva”.
El oponente más vocal de la propuesta de De Paepe fue Schwitzguébel de la Federación Jura. Sostuvo que la revolución social sería realizada por los propios trabajadores “asumiendo el control directo de los instrumentos de trabajo”; así, “desde los primeros actos de la Revolución, la afirmación práctica del principio de autonomía y federación… se convierte en la base de toda combinación social”, siendo “todas las instituciones del Estado”, el medio por el cual “la burguesía sustenta sus privilegios, hundiéndose en la “tormenta revolucionaria”. Siendo “los diversos cuerpos gremiales” “dueños de la situación”, habiéndose “agrupado libremente para la acción revolucionaria, los trabajadores se apegarán a esa libre asociación en lo que se refiere a la organización de la producción, el intercambio, el comercio, la formación y la educación, la salud, la y seguridad."
Sobre el tema de la acción política, los delegados belgas al Congreso de Bruselas continuaron abogando por trabajar fuera del sistema político existente, aunque en parte porque aún no tenían sufragio universal en Bélgica. Sin embargo, afirmaron que no esperaban nada del sufragio ni del parlamento, y que continuarían organizando a los trabajadores en los organismos y federaciones de oficios a través de los cuales la clase obrera llevaría a cabo la revolución social, revelando que, como grupo, la Federación belga aún no compartía las dudas de De Paepe de que la libre federación de los productores no sería el medio, sino sólo el resultado de una revolución.
El delegado francés indicó que los internacionalistas franceses se mantuvieron antipolíticos, buscando unir a los trabajadores “a través de una propaganda incesante”, no para conquistar el poder, sino “para lograr la negación de todo gobierno político”, organizándose para “la verdadera revolución social”.
Resoluciones
El Congreso finalmente declaró que correspondía a cada federación y a cada partido socialista democrático determinar por sí mismos qué tipo de enfoque político debían seguir. Sin embargo, es justo decir que a partir de septiembre de 1874, la mayoría de la Internacional antiautoritaria siguió adoptando una posición anarquista o sindicalista revolucionaria. Al finalizar el Congreso de Bruselas de 1874, los delegados emitieron un manifiesto en el que ratificaron su compromiso con el colectivismo, la autonomía obrera, el federalismo y la revolución social; en una palabra, nada menos que el objetivo original de la propia Internacional: “la emancipación de los trabajadores por los trabajadores mismos”.
En el momento del Congreso de Berna de octubre de 1876, los ingleses habían dejado de participar en la Internacional antiautoritaria. El debate sobre el estado de “servicio público” continuó, con De Paepe ahora defendiendo abiertamente que los trabajadores “tomen y usen los poderes del Estado” para crear una sociedad socialista. La mayoría de los delegados rechazaron la posición de De Paepe, incluidos Guillaume y Malatesta.
Malatesta abogó por “la completa abolición del Estado en todas sus posibles manifestaciones”. Mientras que a Guillaume y a algunos de los otros antiautoritarios veteranos les gustaba evitar la etiqueta de "anarquista", Malatesta declaró que "la anarquía, la lucha contra toda autoridad... siempre sigue siendo la bandera alrededor de la cual se reúne toda la Italia revolucionaria". Tanto Malatesta como Guillaume dejaron claro que, al rechazar el Estado, incluso en un papel “transitorio”, no abogaban por la abolición de los servicios públicos, como insinuaba De Paepe, sino por su reorganización por parte de los propios trabajadores.
El Congreso de Vervies 1877
En septiembre de 1877, la Internacional antiautoritaria celebró un congreso en Verviers, Bélgica, que sería el último. Guillaume y Peter Kropotkin, ahora miembro de la Federación Jura, asistieron desde Suiza. También asistieron los refugiados franceses, Paul Brousse y Jules Montels. Además, estaban García Viñas y Morago de España. Otto Rinke y Emil Werner, ambos anarquistas, “representaron secciones tanto en Suiza como en Alemania, mientras que hubo una fuerte delegación de la región de Verviers, el último bastión del anarquismo en Bélgica”. Costa representó a los socialistas griegos y egipcios que no pudieron asistir, así como a la Federación Italiana.
De Paepe no asistió al Congreso, ya que se preparaba para su acercamiento a la socialdemocracia y la política parlamentaria en el Congreso Socialista Mundial que estaba a punto de comenzar en Gante. Anticipándose al Congreso de Gante, los delegados al Congreso de Verviers aprobaron varias resoluciones que enfatizaban las bases limitadas para la cooperación entre la ahora internacional antiautoritaria de orientación predominantemente anarquista y los socialdemócratas. Para los delegados de Verviers, la propiedad colectiva, que definieron como “la toma de posesión del capital social por los grupos de trabajadores” más que por el Estado, era una necesidad inmediata, no un “ideal lejano”.
Sobre el tema de la acción política, los delegados indicaron que el antagonismo de clase no puede ser resuelto por el gobierno o algún otro poder político, sino solo “por los esfuerzos unificados de todos los explotados contra sus explotadores”. Prometieron combatir a todos los partidos políticos, independientemente de “si se llaman a sí mismos socialistas o no”, porque no consideraban que la actividad electoral condujera a la abolición del capitalismo y el estado. Si bien la mayoría de los delegados, por lo tanto, apoyaron el socialismo antiparlamentario, ninguna de las políticas respaldadas en los congresos de la Internacional reconstituida fue vinculante para los grupos miembros de la Internacional, quienes permanecieron libres para adoptarlas o rechazarlas.
Con respecto a la organización sindical, los delegados confirmaron su opinión de que los sindicatos que limitan sus demandas a mejorar las condiciones de trabajo, reducir la jornada laboral y aumentar los salarios, “nunca lograrán la emancipación del proletariado”. Los sindicatos, para ser revolucionarios, deben adoptar, “como objetivo principal, la abolición del sistema asalariado” y “la toma de posesión de los instrumentos de trabajo expropiándolos” de los capitalistas.
Como era de esperar, a pesar de las esperanzas de Guillaume de reconciliación entre las alas socialdemócrata y anarquista revolucionaria del movimiento socialista, tal reconciliación no se alcanzó en el Congreso de Gante, ni en ningún congreso socialista internacional posterior, y la llamada "Segunda Internacional" finalmente prohibió a los anarquistas la membresía por completo en su congreso internacional de 1896 en Londres.
A pesar de la posición formal adoptada en el Congreso de St. Imier sobre la libertad de cada grupo miembro de la Internacional reconstituida para determinar su propio camino político, reafirmada en el Congreso de Ginebra de 1873, porque la mayoría de los delegados a los congresos de la Internacional antiautoritaria, y sus miembros más activos, fueran anarquistas o socialistas revolucionarios opuestos a la participación en la política electoral, no era de extrañar que eventualmente los partidarios de la actividad parlamentaria encontraran otros foros en los que participar, en lugar de seguir debatiendo el tema con personas que no estaban comprometidos con una estrategia electoral.
Sólo una minoría de los grupos miembros de la Internacional reconstituida apoyó alguna vez o llegó a apoyar una estrategia orientada a alcanzar el poder político: los delegados ingleses, algunos de los delegados alemanes que no representaban oficialmente a ningún grupo, y luego un grupo de belgas, con la Federación belga está dividida sobre el tema. Aparte del debate sobre el “Estado de servicio público”, que nuevamente apoyó solo una minoría de delegados, la mayoría de las discusiones en los congresos de la Internacional reconstituida se centraron en tácticas y estrategias para abolir el Estado y el capitalismo a través de diversas formas de acción directa, a fin de lograr “la organización libre y espontánea del trabajo” que el Congreso de St. Imier había reafirmado como el fin último de la Internacional.
Por ejemplo, hubo debates en curso dentro de la Internacional reconstituida sobre el papel y la eficacia de las huelgas y el uso de la huelga general como un medio para derrocar el orden existente. Cualquier tipo de actividad huelguística tenía el potencial de dañar las perspectivas electorales de los partidos políticos socialistas, un problema que había surgido en la Swiss Romande Federation antes de la escisión de la Internacional original. Una vez que el enfoque se convierte en tratar de elegir tantos candidatos socialistas o de trabajadores como sea posible para cargos políticos con el fin de formar un gobierno, los sindicatos y otras organizaciones de trabajadores se ven presionados a adaptar sus tácticas para mejorar las perspectivas de los partidos políticos. 'éxito electoral. Tanto los intereses inmediatos como los de largo plazo de los trabajadores quedan subordinados a los intereses de los partidos políticos.
Después de que se establecieran los partidos socialistas en Europa occidental en la década de 1880 y los trabajadores comenzaran a ver cómo sus intereses eran desatendidos, hubo un resurgimiento de la actividad sindical revolucionaria autónoma, lo que condujo a la creación de movimientos sindicalistas revolucionarios en la década de 1890. Algunas de las organizaciones sindicalistas, como la Confédération Générale du Travail (CGT) francesa, adoptaron una postura “apolítica”, similar a la postura oficial de la Internacional reconstituida. La CGT era independiente de los partidos políticos, pero los miembros tenían libertad para apoyar a los partidos políticos y participar en actividades electorales, pero no en nombre de la CGT. La independencia de los partidos políticos fue un principio esencial de la CGT original, para que pudiera continuar su estrategia de organización sindical revolucionaria y acción directa sin obstáculos por las demandas e intereses de los partidos políticos.
No es justo responsabilizar a los anarquistas y socialistas revolucionarios antiparlamentarios de la Internacional reconstituida por la salida de los grupos que habían decidido concentrarse en la actividad electoral. La mayoría de los internacionalistas belgas habrían cambiado su estrategia de apoyar una federación internacional de organizaciones autónomas de trabajadores a apoyar al partido socialista belga, independientemente de la negativa de los miembros anarquistas y socialistas revolucionarios de la Internacional reconstituida a estar de acuerdo con tal enfoque.
La mayoría de los que optaron por permanecer activos en la Internacional reconstituida sobre la base de las resoluciones adoptadas en el Congreso de St. Imier creían sobre todo que la Internacional no solo debería permanecer independiente de los partidos políticos socialistas, sino que la Internacional debería continuar persiguiendo su objetivo de lograr “la organización libre y espontánea del trabajo” a través de las propias organizaciones autónomas de los trabajadores, libres de injerencia y control políticos. Para aquellos que optaron por unirse a los partidos políticos, en realidad no había muchas razones para que siguieran involucrados en tal organización, a pesar de que no había un impedimento formal para que siguieran siendo miembros y participen. Simplemente era hora de que se separaran.
Robert Graham
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Parece ser que los millonarios británicos están preocupados por el "gap" existente entre ellos y los pobretones súbditos de su majestad:
ResponderEliminarPatriotic Millionaires UK - https://www.patrioticmillionaires.uk/
Conmocionado por la noble iniciativa de estos concienciados millonarios, me he puesto en contacto con ellos para ofrecerles mi colaboración, pero ¡vaya por dios!, no ha sido posible: ¡hay que ser millonario!
Está el "occidente colectivo" como una ardiente jaula de grillos en medio del sahara.
Salud!
Releyendo el manifiesto comunista, recordemos también suscrito también por los anarquistas, hablaba max que según avanza la crisis parte de la burguesía se hace consciente de las circunstancias y cambian de bando. Ea, a ver si cae algún milloncejo. Salud!
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