En los últimos tiempos cada vez hay mas gente que plantea que una de las soluciones a esta crisis civilizatoria es irse al campo y crear proyectos autogestionarios, relocalizar la economía, potenciar lo agrario, la agroecología, la soberanía alimentaria, etc. Esto ha llevado a que se produzca una explosión de todo lo que se ha venido a denominar otros modelos alimentarios, circuitos cortos de comercialización, grupos de consumo, nuevas experiencias de producción agraria, etc. Se ha generado, por tanto, una nueva situación en la que estos temas están más o menos de moda y en la que mucha gente se va al campo llena de ilusiones.
«Neorrurales» es una palabra con la que se suele denominar a este grupo humano que, por otro lado, es absolutamente heterogéneo. De todas formas, a pesar de esta heterogeneidad, compartiríamos la idea de que se está dando una proyección en el medio rural de una especie de construcción imaginaria que cada uno recrea a su manera, pero que, en cierto modo, es la que te alienta a dar este paso. Digamos que en el medio rural esperamos encontrar lo que la ciudad nos niega, una veces son expectativas revolucionarias, otras, encontrarse a si mismo, o buscar un empleo, o pagar un alquiler más barato, o no pagarlo porque vas a casa de un familiar que vive en un pueblo, etc.
En cualquier caso, este no es un fenómeno nuevo porque ya desde los años 60, 70 y 80 en nuestra realidad territorial hay gente que viene dedicándose a estas actividades. Se puede decir que venimos a reproducir una larga tradición, una cierta visión idealizada, o bastante dulce, de lo que es el medio rural. En este sentido, los hippies de ahora o los alternativos agroecológicos, los anticapitalistas, los okupas rurales o lo que seamos, venimos a ofrecer una nueva versión, una nueva variación de este ritornelo que se ha reproducido en divrsos momentos de la historia (antigüedad griega, romana, edad media, Al Andalus, toda una corriente de poesía inglesa del s. XVIII y XIX vinculado al Romanticismo, los naródniki rusos etc).
Mientras en los años 60, 70, 80 la vuelta al campo se había encarnado sobre todo en la figura de los hippies, de las comunidades o comunas rurares. A mediados de los 90 el monopolio de lo rural alternativo lo tomó un grupo de personas cercanas a espacios libertarios o antagonistas, para desplazarse el foco en los últimos años más hacia lo que se ha venido en llamar movimiento agroecológico, experiencias de producción y distribución en circuitos cortos, de cooperativas de consumidores y productores, redes de semillas, etc.
Por otro lado, en los últimos tiempos se ha obrado una suerte de metamorfosis en la que el campo ya no rima con trabajo extenuante, chismorreo, beatería, caciquismo. Ahora de repente el campo rima con saludable longevidad, sostenibilidad ecológica, libertad individual, expresión de uno mismo, satisfacción personal, etc. Todas las políticas de erradicación agraria, que también se suelen llamar de desarrollo rural, han favorecido áreas como el turismo rural, además de una serie de mecanismos para impulsar esta nueva imagen que corresponde muy poco a las de películas que hace unos años retrataban a los catetos que venían a la ciudad.
Sin embargo, creo que la imagen que se nos presenta o que nos hemos montado del campo tiene bastante poco que ver con lo que realmente existe en el medio rural o lo que se está imponiendo. Es decir, en el campo hace tiempo que la tierra ha dejado de ser el eje que vertebra lo económico, lo social y lo cultural. En el campo existen infraestructuras de comunicación, instalaciones que molestan en las áreas urbanas y se instalan en esos sitios «vacíos». También en algunas zonas privilegiadas el campo se ha convertido en una especie de espacio vacacional, en otras se siguen produciendo mercancías, pero que en general tienen poco que ver con la alimentación de las personas que viven más o menos cerca: se produce etanol o celulosa o piensos transgénicos. Entonces, esta realidad contrasta fuertemente con la imagen proyectada. Aun y así el mecanismo funciona porque la ruralidad se ha convertido en una especie de isla de alteridad en medio de una cultura dominante absolutamente urbana, con lo cual es automático el efecto de que lo rural se convierta en un exotismo. Es precisamente este exotismo de lo rural es el que también en cierta manera nos lleva a los más idealistas y transgresores a dar este paso.
No solo es que la realidad rural no coincida con la imagen de postal, sino que, como decía Debord, la barrera entre lo urbano y lo rural, si alguna vez ha existido, se ha desgajado por el hundimiento simultáneo de las dos realidades.
Los suburbios, ya sean de los 60, 70, 80 o los de ahora de la plena crisis, en cierto sentido representan la síntesis de este hundimiento y son el sumidero de antiguos campesinos. Somos los huérfanos del mundo campesino desaparecido hace cuatro días ante nuestras narices y la gente que estamos aquí, de primera, de segunda o de tercera generación, a no ser que descendamos de hidalgos o de altísima burguesía, todos somos hijos o nietos de campesinos. Naredo hace años ya escribía que el paisaje rural cada vez se parece mas a un híbrido entre un vertedero y un solar abandonado. Yo diría que no solo en lo ecológico, sino también en lo social. Cada vez más lo rural se ha convertido en una mala copia de lo urbano. Nos hemos quedado con lo más cutre y además –y yo creo que eso es algo común en la ciudad- con un proceso galopante de desintegración de todos los tejidos sociales.
Tópicos y nubarrones
Uno de los tópicos que se suele mencionar es que irse al campo es la hostia porque para empezar necesitas mucho menos dinero porque te abasteces de los ecosistemas locales en vez del mercado y del Estado, te conviertes en mucho más autosuficiente, menos dependiente, en cierto modo que te desconectas, pero esto no es cierto. No hay nadie, ni los que vivimos en la montaña lejos de las ciudades, ni los productores de agricultura ecológica que no dependamos entera y completamente del petróleo. En casi todos los trabajos y las tareas que realizamos en el día a día necesitamos materiales, herramientas, maquinaria, combustibles, transportes, etc. Se podría decir quizás que estamos relativamente más cerca de una situación post-petróleo, pero si el paso a hacer sería, por poner un símil, tener que cruzar un río de un salto, pues tal vez nuestro río tiene 50 metros de ancho en vez de 200 metros de ancho, pero igualmente el salto es imposible. Es decir, estamos tal vez relativamente más cerca, pero en términos absolutos nos encontramos en una encrucijada no muy diferente a la que se encontraría un productor convencional de gran escala.
Además, en el entorno aparecen ciertos nubarrones que nos hacen muy incierta la producción a medio y largo plazo, como sería la degradación ecológica galopante del entorno en el que habitamos. Ya no es solo la cuestión del cambio climático, sino la simplificación y la degradación de los ecosistemas lo que nos depara gran incertidumbre a nivel de manejo de nuestros cultivos. A ello hay que añadir el etnocidio campesino, la desaparición del campesinado europeo en la últimas décadas nos deja también desvalidos de la herramienta seguramente más importante con la que podríamos contar para una agricultura post-petróleo, que serían los conocimientos tradicionales de la producción alimentaria en una época en que no se necesitaba petróleo para producir alimentos.
Otro nubarrón podría ser seguramente el incremento del control estatal de todas nuestras actividades. Hasta ahora hemos conseguido que nuestras actividades se muevan en una especie de limbo fiscal y legal, como una cosa microscópica que no molesta a nadie y que se tolera, pero en Catalunya hace unos años ya empezaba a sonar la mosca de que la Generalitat quería empezar a hacer un censo de las iniciativas agroecológicas en el área metropolitana de Barcelona, lo que podía entenderse como un paso previo a otro tipo de medidas de control.
No solo tenemos limitaciones materiales o económicas, sino que progresivamente nos cuesta más distinguir nuestras propias experiencias de otras que cada vez se parecen más a lo que hacemos. Distinguir entre estar en una cooperativa de producción y distribución de alimentos ecológicos o ir a comprar un producto ecológico en el Carrefour es bastante sencillo. Sin embargo, cada vez es más difícil diferenciar entre proyectos que honestamente persiguen una transformación social a través de lo agroalimentario de proyectos empresariales que van adoptando el discurso y algunas prácticas similares.
Otro de los tópicos y a la vez uno seguramente el gran talón de Aquiles de nuestras experiencias es la idea de que supuestamente cuando te vas a vivir al campo ingresas en un estadio moralmente superior que te hace un poco librarte de todas las miserias, de todas las actitudes vergonzantes que nos han inculcado desde que nacimos en el quirófano, como si un cambio de escenario podría generar una especie de ser humano nuevo. Esto no solo no es cierto, sino que es el principal problema que tenemos. No únicamente la gente que vivimos en este tipo de experiencias, sino que a nivel social, nos cuesta muchísimo estar con alguien y hacer cosas con otras personas. Esta es la primera causa de abandono y de conflictos de estos proyectos.
En relación a la acción política, intentar cualquier tipo de actividad por muy subliminal que sea en el medio rural, me refiero a los que hemos llegado de fuera con ideas bastante estrafalarias, es algo sumamente delicado y que requiere de una maestría que excede nuestras capacidades. Entonces construir complicidades y tejer alianzas es muy complicado. Hay que ser consciente además de que a la mínima de cambio se pueden ir al traste, especialmente cuando hay situaciones de tensión y sobre todo cuando la gente que llegamos de fuera no movemos ni una coma para cambiar nuestras actitudes y nuestro discurso..
Para terminar, a veces tengo la sensación en algunos autores muy concretos, pero que en ciertos ambientes han sido bastante leídos, presentan la ida al campo como LA solución. En este sentido, los neorrurales podríamos pensarnos como una especie de jardineros de edenes que vamos allá e intentamos construir nuestros pequeños mundos. Por otro lado, hay otra gente que yo denominaría planificadores territoriales o urbanistas de edenes que se atreven o que tienen la pulsión de presentarnos los rasgos bastante concretos y definidos de una realidad post-capitalista, post-fósil, post-industrial, o lo que sea. Yo entiendo que puede tener cierta utilidad este tipo de ejercicios, pero a veces tengo la sensación de que existe la necesidad o exigencia por parte de la audiencia de que le ofrezcan soluciones, y a poder ser LA solución. Todos estos planes tan bien montados, tan bonitos, mezclados con una especie de optimismo compulsivo que en los entornos agroecológicos y ecologistas es bastante habitual y que desgraciadamente no comparto, generan una síntesis que en mi opinión dificulta bastante el hecho de afrontar la autocrítica y la reflexión sobre nuestros propios límites como algo que lejos de ser paralizante parece que ayuda un poco a entender de dónde venimos y dónde estamos.
Lo que nadie puede negar es que la vida en pequeñas comunidades y cerca de la naturaleza, es más sana que en una ciudad.
ResponderEliminarYo por experiencia propia también puedo asegurar que vivir en un pueblo pequeño es muuucho más barato que en una gran ciudad, pero si no renuncias a toda la mierda que tienes en la ciudad, cuesta lo mismo y para eso, no te vengas, que no vale la pena.
Salud!
En vistas a la reintroducción del hombre en su hábitat es bueno conocer los inconvenientes y dificultades, también las ventajas como mencionas. La autonomía de la huerta y los frutales también mola.
EliminarSalud!